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domingo, 16 de octubre de 2011

El peso del alma


"Cuántas vidas vivímos?, ¿cuántas veces morimos?. Dicen que todos perdemos 21 gramos en el momento exacto de la muerte, todos. ¿Cuánto cabe en 21 gramos?, ¿cuánto se pierde?, ¿cuándo perdemos 21 gramos?, ¿cuándo se va con ellos?, ¿cuándo se gana?, ¿cuándo... se gana?. 21 gramos el peso de 5 monedas de 5 centavos, el peso de un colibrí, de una chocolatina. ¿Cuánto pesan 21 gramos?".

(Sean Penn  en el personaje de Paul)


Esta tarde he vuelto a ver la mejor película del año 2003, y probablemente una "Top Ten" de la primera década de este siglo; una obra maestra del cine contemporáneo. Una joya de la pantalla grande hecha ARTE.
En compañía de mi  madre, y aparentemente en circunstancias no recomendables para mi persona (sobremesa y con el alma resfriada), enseguida nos vimos imbuidos ante tal apasionante película. Los destellos de pasión que emanan de la cinta son una constante que no te puede dejar indiferente.
Se trata de un torbellino de sensaciones fuertes, convertido en historia de vida. Mejor dicho, en una historia de vida a tres bandas cruzadas. Odio, amor, venganza, infiernos interiores, pero también posibilismo y esperanza, a pesar de los navajazos de la vida. Hay más camino al finalizar cada viaje, a pesar del cansancio, de los baches y de los sinsabores del trayecto.
La estructura temporal no guarda los cánones lineales, sino totalmente arbitrarios, lo que lejos de entorpecer, le hace ganar enteros en guarismos artísticos y pasionales. La película va adquiriendo mayor empaque en esos ámbitos, a medida que va transcurriendo, y lo que al arrancar nos produce interés e inquietud, va transformándose en una atracción irremediable, que nos llega a desgarrar el alma.
Al contrario de otras películas de gran enjundia entre los críticos, que elevan sus glosas a la categoría de arte, la de Alejandro González Iñárritu ("Amores perros") se desmarca de la quietud (en algún caso maravillosa) de ésas, para dirigir una película con gran dinamismo, ayudado en gran parte de la estructura temporal que citábamos antes, sin dejar de tener una fotografía sensacional.
Y si una gran historia, con un magnífico director, no cuenta con buena interpretación, se puede quedar todo en agua de borrajas. Pero este no es el caso. De hecho, no les va a la zaga. El trabajo interpretativo  del trio protagonista (Sean Penn, Naomi Watts y Benicio Del Toro) es de matrícula de honor.
Sublimes interpretaciones para una película memorable.

Ps: Esta semana ya tengo un buen motivo, una buena razón, para la sección de los lunes.

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