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jueves, 29 de julio de 2010



Estaré ausente unos días, ya que, aunque me cueste un poco, tengo que irme de vacaciones. Me he prometido no utilizar el ordenador en un tiempo, pero cuando vuelva colgaré un montón de cosas pendientes. Prometido.
Un abrazo para todos/as. Intentad ser felices. Yo lo haré.

miércoles, 28 de julio de 2010

sin título



El viaje más largo jamás imaginado
lo haría yo contigo
a cualquier rincón del mundo,
más allá de las estrellas
al otro lado del horizonte oscuro.


Volaríamos a un lugar de la galaxia
sin hora de partida
ni maletas,
sin las malditas prisas
ni billetes de vuelta.

Camino a otro universo
nos perderíamos en el infinito,
bailaríamos como locos,
beberíamos licores desconocidos
hasta no poder más
y no encontraríamos
ni
un
solo
momento
razones para regresar.

jueves, 22 de julio de 2010

Haikus (del joven que leía a Machado)



I
No lo olvidéis,
no existe luz alguna
que no cree sombras.

II
Entre los chopos
y los surcos del aire,
siento a Machado.

III
Si continuamos
adelante sin dudar,
habrá camino.

IV
Sólo la miré
una vez, y el deseo
escribió el resto.

V
Salgo en tu busca
y nunca te encuentro…
Me desvanezco

lunes, 19 de julio de 2010

EL HOMBRE QUE LE ARRANCABA LA PIEL A LAS PALABRAS



Sentía desde hace tiempo que le debía algo al gran José Saramago. Sentía una necesidad imperiosa de homenajearlo, recomendarlo, recetarlo, valorarlo. Sentía que había sido alguien muy grande; tanto como pródigo en valores literarios y humanos. Una persona por encima del personaje, un sabio humilde, un viejo rebosante de juventud, un valiente feliz, un escéptico reflexivo, un solitario taciturno que escribía para que le quisieran, para no morirse, para comprender. Un hombre que quiso ser por encima de todo un “hombre bueno”. Un hombre que llegó al cielo de la literatura. Al universo de nuestros corazones.
Una entrevista a Pilar Del Río, mujer de José, en CNN; preciosa, entrañable y muy emocionante, llevada cabo con gran magisterio por Iñaki Gabilondo, me dio la clave de mi necesidad.
Esa mujer, grande en humanidad y conocimientos, como su marido, describió con emoción contenida sus últimas charlas con José, sus últimos días, sin dramatismo ni tristeza, pero llena de integridad, bondad y un brillo espectacular en sus ojos, reflejo sin duda de lo que es su alma. Un alma tan ligada a la de su marido, que sería imposible separarlas al termino del gran baile de las ánimas, el día del juicio final.
Nos recordó que no llora nunca porque lo pudo conocer, que el que no lo conoció, es quien realmente debería llorar. Que su despedida fue a la par que su vida, llena de alegría… pero también de rabia, mucha rabia. Rabia con la que escribió, con la que pensó, con la que convivió. Rabia por no entender, por la ceguera humana (esa luz blanquecina que escribió en un impresionante ensayo relatado), por la progresiva deshumanización. Rabia por el “tendido 7” de la cristiandad, como explicaba Pilar, aludiendo a los prebostes del vaticano. Porque para cristiano de base, Saramago, decía su mujer, aunque le duela a sus detractores vestidos en oro, púrpura y escarlata.
Nos alumbró con anécdotas de un ser tan sensible como ocurrente. Todos los relojes de la casa que compartían en Lanzarote, Saramago los había parado a las cuatro en punto, hora en que se conocieron Pilar y él, un 14 de junio de 1986. Y un estremecedor dato. José, que nunca olvidó una fecha, equivocó en su última entrevista ese día cumbre en su vida. Contestó al periodista, “el 18 de junio”. Curiosa y desgraciadamente, el 18 de junio fue el día que falleció el genio portugués. Era como si el subconsciente de José hubiese adelantado la fatal fecha, como si el desenlace de su última novela hubiera estado escrito de antemano en algún rincón de su cerebro.
Siempre comentaba Saramago que su gran frustración era la de no haber sido maestro, era su verdadera vocación, su gran sueño; de ahí, señalaba, “la tentación de enseñanza en mis novelas”. José fue autodidacta, no fue a la universidad, pese a ser nombrado Doctor Honoris Causa en infinidad de éstas. Nunca se jacto de ello, más bien todo lo contrario, se sentía apenado cuando lo trataba en sus charlas. Nunca me dejará de sorprender tanta humildad en tan excelso personaje. Es hasta cierto punto irónico, que alguien, pudiendo encarnar per se al auténtico y genuino Maestro, echase de menos ese desempeño, y que paralelamente haya tantos y tantos en nuestro sistema educativo, zafio e imperfecto, que manchen dicho nombre. Si no fuera porque es en realidad muy triste, me echaría a reír mientras escribo estas líneas.
Podríamos seguir hablando y escribiendo de quien humanizo al genio, del que puso en aviso a los jóvenes de su deber, la responsabilidad, y por qué no decirlo, de la gloria de llevar al mundo la felicidad. Del que quiso hacer un libro feliz y siempre se percató de que diciendo lo que pensaba, sería feliz. Del que actuó sin temor como látigo contra adoctrinamientos y plutocracias. Del que nos enseñó a los que nos encanta la literatura, una máxima que no te muestran en ninguna escuela, que a las palabras hay que arrancarles la piel. No hay otra manera para entender de qué están hechas.
En definitiva, como dije antes, la interesantísima y estremecedora entrevista a Pilar Del Río, me mostró el camino de lo que sentía desde hace mucho tiempo. Saramago no subirá a las estrellas, porque Saramago pertenecía a la tierra. Al gran José lo encontraremos siempre. Donde el quiso. En la bondad de los hombres.
Lo que yo le debía a Saramago es algo que él mismo nos dio a todos. En un fragmento de “la balsa de piedra” nos decía que con una palabra, a veces, basta. Ahora ya sé lo que me faltaba. Gracias, José. Gracias, Saramago.

sábado, 10 de julio de 2010

Aprendiendo a ganar

Aprendiendo a ganar




Cuando se acercó el Director General a la mesa, le atisbé desde el fondo
del pasillo altivo y elegante, como de costumbre, pero en esta ocasión le
observé una incipiente sonrisa, de las que él no solía hacer gala. No dije
que lo sabía. No quería parecer presuntuoso, pero llevaba esperando
aquel día mucho tiempo, mas del que nadie se podía imaginar.
Probablemente toda la vida.

Estaba deseando llamar a casa y contar la gran noticia a Mara, mi mujer,
mi gran apoyo durante todos estos duros años de tanto trabajo y
sacrificio. Nadie mejor que ella conocía el esfuerzo diario que había
supuesto este empeño. La de noches comiendo la cena fría, la de fines de
semana quedándome en la oscura y solitaria oficina… Todo había
merecido la pena. Lo habíamos conseguido. Los dos.

Cuando el gran jefe me dio el abrazo que tanto deseaba recibir, mi equipo
descorchó champán, ése que ya estaba olvidado de las pasadas
navidades, y en un abrir y cerrar de ojos estaba rodeado de un montón de
gente, que no paraba de darme palmadas en la espalda y algún que otro
beso. Estaba exultante. Era mi momento. Llamé a casa, pero Mara debía
estar comprando, y colgué tras esperar varios tonos.

Desde bien joven fui muy ambicioso. Todo lo que me proponía lo
conseguía. No cejé en el empeño nunca, ni cuando obtuve el premio fin
de carrera, ni el día del Ramón y Cajal, ni tan siquiera cuando logré la
plaza fija o al llamarme, por fin, del ministerio. Cuando hacía deporte me
pasaba lo mismo, estaba bien dotado genéticamente, pero mi
perseverancia era mayor virtud aún. No paré hasta ser campeón de
España, y si no llega a ser porque me llamaba más lo académico, mis
éxitos hubiesen sido internacionales a buen seguro.

Y qué puedo decir del reto de Mara… Fue increíble. Estuve trabajándome
la relación más de ocho meses, y pese a que nadie daba un duro por mí,
al final logré salir con ella. Un año después nos casamos, y la boda, que
fue por todo lo alto, sigue siendo recordada por todo el mundo como la
ceremonia más bonita que jamás hayan presenciado. Nos fuimos de viaje
de boda a Kenia, e hicimos un safari espectacular… Desde el principio
hemos sido la pareja perfecta y podíamos notar la envidia de la gente
reflejada siempre en sus ojos, cuando paseábamos abrazados, como
novios eternos. Esa sensación me sigue excitando hoy día.

Tras unos cuantos brindis de más con todo el equipo, volví a llamarla,
pero no hubo suerte. Nunca tenía el móvil a mano. Pero me daba lo
mismo, embriagado de éxito y burbujas, pensé en coger el coche, llegar lo
antes posible a mi hogar y por supuesto, seguir celebrándolo por todo lo
alto.

En el trayecto a casa, me pasaron cientos de cosas por la cabeza, como
pequeños fotogramas de mi vida, que a modo de estrellas fugaces,
recorrían mi mente y me iluminaban por dentro. Pensé que eso sería lo
que sentían los grandes deportistas en lo alto de un podium, al oír el
himno en su gran día. De pronto, sentí lágrimas surcando el desfiladero
de mis mejillas. Probablemente fue el momento más feliz de mi vida.

Bajé del coche, todavía emocionado, caminé lentamente hasta el porche
de la entrada y cuando abrí la puerta, me encontré con la casa desierta.
No quedaba prácticamente nada. Tan sólo una nota escueta de
despedida, unos pantalones vaqueros de hombre que no recordaba y un
móvil con poca cobertura. Y dos llamadas perdidas.



jueves, 1 de julio de 2010

ASIMETRÍAS DE LA GLOBALIZACIÓN, HUELGAS A LA CARTA Y REVOLUCIONES CON PAÑUELOS DE LOEWE.





Tienes mala cara, Carlos. Me decían esta mañana en el trabajo. Y claro, no me quedaba otra que contar una patraña, pero en realidad es que he tenido una pesadilla; me he despertado horrorizado y ya no he podido dormir, como siempre me pasa… (“Jota” dixit).
Soñé que los mismos que nos habían llevado a la ruina; banqueros, constructores y abogados, tras una serie de plagas y desgracias a la egipcia, daban la vuelta a la tortilla mundial y nos la daban a la griega. Si, vamos, que nos daban por culo a base de bien.
Soñé que un señor calvo con gafas y mejor alimentado que un obispo, dirigía dicho clan en España, dictando moral y doctrina allende del país, a la par que declaraba en quiebra sus propias empresas y dejaba en la calle a miles de trabajadores. Estos, “mileuristas” de vocación, para su gran jefe, se veían sin trabajo y sin cobrar los últimos tres meses de empleo, pero respiraban aliviados al ver que el calvo con gafas no perdía ni un solo kilo de su orondo cuerpo, y por supuesto ni una sola de sus posesiones y cuentas millonarias en Suiza.
Soñé que los presidentes de los Estados Nacionales, acogotados por aquellos, acarreaban las culpas y los castigos a los más desgraciados, siguiendo directrices a la antigüa usanza. La ley del látigo y del que “a quien dios se la dé, que San Pedro se la bendiga”.
Soñé entonces, que los vilipendiados se reunieron, y a través de sus organizaciones sociales y sindicales convocaron diferentes huelgas. Sin embargo, al que le daba por hacerla de verdad, le sometían a escarnio público, tanto la clase política como los medios-masa, e incluso el mismísimo Rouco Varela. Se les escarmentaba pues, y al día siguiente debían rectificar como los niños malos, malísimos. La huelga a la carta estaba servida: Que a nadie le falte de nada, y niño, ponme otra de gambas rojas (recochineo encima), se oía de fondo al calvo con gafas, cada día más gordo aún. Y si no, coño, que hagan huelgas a la japonesa; comentaba en su editorial un afamado director de periódico (al que curiosamente también le encantaba el color rojo en la intimidad).
El sueño se tornó a pesadilla y el infierno onírico se convirtió en tortura, cuando varias señoras recién salidas de la peluquería, con tintes inmaculados, mechas de manual y pañuelos de Loewe, se concentraban en céntricas calles de capitales españolas, a la voz de “A las mariscadas…” (o así lo entendía yo en el sueño, pero no me hagáis caso, a esas alturas del cuento sudaba mucho y casi estaba alucinando). Todas con caras marcadas de odio, y maquillaje del caro, se erigían como las sucesoras postmodernas del Ché y cambiaban el “Manifiesto Comunista” por el nuevo número del “Cosmopolitan”.
Joder como ha cambiado el cuento… pensé, mientras despertaba definitivamente.
Y así me encuentro. En el trabajo, con ojeras, muy mala leche, y sobre todo, sin gana alguna de abrir el periódico. Por si acaso.
Ya podía soñar yo con Sara Carbonero y Pilar Rubio, como dios manda.

Pd: Cualquier parecido del sueño con la realidad es pura coincidencia. Como que el personal elegido a dedo del ayuntamiento sea familiar del concejal, que el AVE tenga una parada inesperada en uno terrenos de Guadalajara propiedad de la familia del marido de Esperanza Aguirre, que toda la familia de Manolo Chaves tenga su culo caliente en una silla de la Junta, que el Vaticano sea máximo accionista de una marca de preservativos o que la CIA hiciese pruebas con aviones comerciales teledirigidos cerca de Oceanía dos años antes del 11-s.