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martes, 26 de octubre de 2010

Tres microrelatos sin principios

Esto es una especie de juego que me he inventado...

Otra noche en la oficina

Rutinariamente, intercambio sus pulseras identificativas. Luego hago lo mismo con los tarros de la sal y el azúcar, adelanto los despertadores y me dejo olvidadas las cerillas en la sala de esparcimiento.
Más tarde, quizá por aburrimiento, duplico la cantidad de fármacos de cada uno de los cuarenta vasitos de plástico. Pastillas blancas, rojas y amarillas; redondas, chiquitas, pero muy llamativas.
Dejo todo perfectamente ordenado en el carro de la encargada de la mañana, y como cada noche, me enciendo el último cigarro, recordando las palabras que un día susurró mi padre; “siempre has sido un chico algo raro, pero terminarás ganándote muy bien la vida”.


Vidas complejas

Rutinariamente, intercambio sus pulseras identificativas. Al azar, los selecciono de dos en dos, y les voy haciendo un minucioso seguimiento, todos los días del año. Un año tras otro.
Anoto todo lo que puedo, datos y más datos. Relleno cuestionarios de lo más complejos; biogenéticos, medioambientales, coyunturales… Realizo infinidad de cruces de variables, campanas de Gauss, probabilidades…
Debo tener cerca de dos mil archivadores repletos de información, que desbordan las estanterías de mi despacho.
A veces, creo firmemente que soy el mismísimo Dios. Otras, me doy asco de mí mismo, y me pregunto, qué hubiera sido de mi vida en otras circunstancias.


Puede merecer la pena

Rutinariamente, intercambio sus pulseras identificativas. Cuando me devuelven a mi cuarto, a la fuerza, el mal está ya hecho.
El caos que se vive por la mañana, bien vale una semana de aislamiento.