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martes, 27 de diciembre de 2011

Stand by my a la granaína

Así hubiéramos sido los de la pandilla, de haber nacido en Soweto


Lo que es la vida chicos. Pasan los años por todos los del barrio y yo apenas me miro ya al espejo. Le doy la espalda al del ascensor, después de ducharme, no hago el mínimo esfuerzo por limpiar el vaho en el baño, e incluso la vanidosa costumbre que tenía, de mirar de reojo al caminar junto a los coches aparcados, desapareció hace ya un tiempo. Vivir en la ignorancia de tu alopecia y las patas de gallo, evita ciertos desasosiegos, que sólo una buena borrachera puede ayudar a desvanecerlos. Como el presupuesto ultimamente no está para grandes dispendios, los resfriados del alma he decidido curarlos con el olvido y la actuación dramática (que tan bien se me hadado siempre, todo sea dicho de paso), y dejar el alcohol para males mayores. Dosificar es triunfar. Vaya mierda de eslogan. Odio la austeridad, pero si no hubiese dilapidado la pasta que gané de rebote, haciendo el capullo... Podría estar ahora mismo haciendo lo que más me gusta. El capullo.
Decía ésto porque ayer era la cena de los cuatro de la pandilla. Nos creíamos los reyes del barrio. Y en realidad lo éramos. Recordamos muchas anécdotas. Nos emborrachamos. Dijimos una sarta de mentiras, colectivamente admitidas, que fueron derivando a realidades encubiertas, también colectivamente admitidas. Las cervezas dieron paso a las risas, las copas a las confidencias y las drogas, cuando hicieron acto de presencia, hirieron las dignidades. Ahí tengo que hablar en plural. La escala de dignidades estaba perfectamente estratificada desde críos. Teníamos muchas cosas en común entonces. Ahora apenas nada, pero la dignidad no la habíamos compartido nunca.


- Tios, tenéis que venir conmigo...¡Por fín lo he conseguido! -Gritaba el Morgui, con la cara bañada en sudor y la camiseta comida de mierda, mientras blandía algo punzante en su mano derecha-
- Conseguido, ¿el qué? gordo de los cojones -le contestó el Chino, con su desprecio habitual hacía el Morgui y el Lolo-
- Pues que va ser tontolculo, el barrote, el barrote -repetía agitado, mientras le caían los churretes de sudor por la frente- que ya lo he terminado de limar, jaja, y deciáis que era imposible, que me iba a tirar media vida, y mirad, tengo más huevos que vosotros tres juntos...

Nos enseñó el barrote. Y en efecto. Tenía mas pelotas que todos juntos, pero al mismo tiempo, carecía de dos dedos de frente. De hecho tres cabezas suyas, inmensas, no juntaban el cerebro de uno de los demás. El Morgui era un cretino. Lo queríamos mucho, pero no había día en que no le recordaramos diez veces lo imbécil que era.

- Pero bola de sebo, ¿qué coño haces con el barrote aquí? Mira que eres desgraciado... El barrote había que limarlo y dejarlo después en su sitio, para no levantar sospechas. pero... ¿de qué planeta viene este tio? - Nos preguntaba el Chino, al Lolo y a mí.

Nosotros soliamos mover los hombros y mirar con desaprobación al Morgui, aunque como de costumbre, yo salí en su defensa. El gordo era mi debilidad, y aunque era un verdadero patán, era un buen amigo, noble y bonachón, no nos guardaba rencor nunca y encima, era quien me defendía siempre que me metía en problemas en el colegio, o con los del barrio de arriba, el de lo pijos.

- Bueno, dejadlo en paz, todos nos podemos equivocar...
- Ya, pero es que él la maja siempre -Decía el Lolo mientras le daba una colleja-
- A ver, Morgui, ¿había alguien en la casa?
- No sé..
- ¿Cómo que no sabes? -Me empezaba a exasperar- ¿Estaba el coche, se oía algo, estaba el puto candado en la cancela...?
- No... creo que no...
- ¿Lo ves como es un inútil, lo ves? - Me preguntó-disparó el Chino, mientras se levantaba de un salto.
- Bueno, bueno... Vamos a hacer una cosa, chicos. Está oscureciendo, vamos hasta la casa y echamos un vistazo. Si no hay moros en la costa, colocamos el barrote en su sitio...
- Si no hay nadie lo que deberíamos es entrar - Sentenció el Lolo, poniendose muy serio-

Nos miramos fijamente, y no hizo falta seguir hablando. En ese instante de silencio afirmativo, supimos que nuestro momento había llegado. Lo que habíamos maquinado durante todo el invierno podíamos, al fin, llevarlo a cabo. Nuestras caras reflejaban satisfacción, pero al mismo tiempo no podríamos disisimular  cierto rictus de tensión e incertidumbre. Bueno, todas las caras no. El Morgui seguía con la misma de siempre.


(Continuará)