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sábado, 19 de noviembre de 2011

Mejor te cojo una cerveza, amigo



Hoy he quedado con Max en la puerta del Teatro Alhambra (los puntos de encuentro los suele  elegir él). Se ve que hay un performance de no sé quien cojones, un lechón de ésos que tanto le gustan, y que a mí, dependiendo de que salgan chicas desnudas, me puede llegar a interesar, o no. Max y yo nos llevamos a matar, pero nos necesitamos. Nuestra extraña amistad se circunscribe a darnos de hostias dialécticas sin compasión desde hace años, mientras nos bebemos mil cervezas, y en mi caso, además, criticar sin piedad su forma de hablar y escribir, su forma de pensar y actuar, y por supuesto, su pésimo gusto por el género femenino. Así solemos pasar muchas horas. Nos despedimos, o no; y juramos no volvernos a ver, o no. Hasta la próxima. En más de una ocasión le hubiera estampado contra la pared, pero al intentarlo, seguro que me hubiese esquivado y habría acabado de bruces en el suelo (el muy hijo puta tiene mayor tolerancia que yo al alcohol). Así que me lo imagino y sonrío mirándole al careto. Siempre se pone nervioso cuando lo hago y me suele mandar a tomar por culo.

No es muy común en mí, pero hoy he llegado con tiempo. No tenía nada que hacer y la resaca me impedía leer o hacer algo de provecho en casa, así que he decidido darme una vuelta. He pasado por la feria del libro antiguo y no había mas que bazofia. Crucigramas de hace treinta años, novelas rosas de ediciones de bolsillo, cuentos para idiotizar (mas) a los críos, láminas de escaso valor artístico y chorradas de ese tipo. El detonante para que me largara de allí no fue la muchedumbre, aunque la menosprecie (en el sentido nietzscheriano, porque yo diría que la odio), si no un par de soplapollas que se habían emancipado del rebaño, y a mi lado (adheridos a mi espalda, mas bien), sostenían un libro como si de una sandía se tratase, Oye, de qué me suena este libro, Hamlet, no te suena a ti de algo. No sé, tío, a ver el escritor… “Chespir”. Ah, pues no se de qué me suena entonces… Los miré con cara de verdugo vocacional y ellos me respondieron con un gesto bobalicón. Subnormales.

Me fui dirección al Realejo, pero paré en un chino para comprar una botella de agua, no sin cierta dificultad, ya que el chaval oriental se empeñaba en endosarme la de litro y medio. Le comenté que estaba deshidratado y con una resaca de cojones, pero que no me veía por la calle con una litrona de agua, Cosas de la policía -le dije-. Como no me comprendió, decidí coger una lata de cerveza, que total, estaba bien fría y me quitaría la sed. Y probablemente también la resaca.

Y eso ha sido todo hasta ahora. Bueno, me he saltado las veces que me he girado para mirarle el culo a los pivones que el alcalde suelta los fines de semana por la calles de Granada. Eso si es un performance –pensaba- y no lo que voy a ver con el moñas este. El caso es que estoy aquí sentado (viendo pasar el tiempo, que queda muy bien en este trance), con mi cerveza y mi ganas de despellejar a Max. Seguro que empieza a hablarme de los neutrinos, o de los avances con la telomerasa y de Elisabeth Blackburn; conozco muy bien sus temas de arranque. Siempre va con bufanda, aunque se cueza, con sus horribles gafas de pasta y un libro bajo el brazo. Lo odio, de verdad. A ver que lleva hoy. Como vuelva con Thomas Mann lo machaco. Ya lo veo a lo lejos.


(Continuará, o no)