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viernes, 16 de marzo de 2012

Si bebes no la cagues (y VII). Epílogo.


Este es el The End de la historia


(Días después de cometer la estupidez)


Uno, a veces (veces como esta por lo menos), se pone en modo mindmen y es entonces, cuando fumando la calada del pensamiento definitivo, se da cuenta de que necesita un trago para consumar ese complejo momento de cavilación, ese instante de soledad e introspección, ese intervalo que separa al ser vivo del ser humano. Un examen de conciencia secular, lego, apegado a la tierra, sin necesidad de coronar mundos celestiales para alcanzar deidades y omnipotencias.

¿Quién necesita religiones, taladradoras dogmáticas o salvadores de la patria para tan extraordinario ejercicio, teniendo la dosis de soledad precisa y preciosa, un paquete entero de lucky y una botella de Emilio Moro recién descorchada?

Uno, que es muy dado a la película, al drama colosal y a la componenda lenta, bucólica, parsimoniosa y fotográfica, se sirve una copa de vino del de sumo retrogusto. Vino de temple, de sabor profundo, de paladar áspero y recuerdo indefectible. Un vino de los que invita al ejercicio de la batida interna, a la búsqueda de la verdad recóndita de nuestro YO más certero.

Como uno, a veces (muchas), es duro de caletre y no logra centrarse con facilidad en tareas de tanto fundamento, termina la botella de vino sin haber ahondado demasiado en el asunto y se sorprende de que apenas le queden un par de cigarros en la recámara. Uno se da cuenta. Es algo que no se le escapa ni al menos observador del universo. Se ha emborrachado de nuevo y no ha solucionado ni los “qué” ni los “porqué”, ni las causas ni los efectos, ni las razones ni los sentimientos, ni las carencias ni los excesos.

Es cuando entre la vigilia y el sueño, con la canción Machu Picchu de fondo (todavía no le he encontrado sentido a la coincidencia, la casualidad o la causalidad), sin necesidad de encontrar una montaña a la que subir, uno se da cuenta de que la llanura también puede ser reconfortante. ¿Es eso resignación? No creo. Uno no puede perder el partido si ni siquiera ha empezado a jugarlo.

Es curioso como uno, muchas, muchas veces, necesita emanciparse, abstraerse, evadirse en definitiva, de la realidad, drogando su conciencia para que precisamente ésta realice su labor. En estado de sobriedad, sin embargo, se escabulle y se refugia entre el yo colectivo, el rebaño mediático y la soledad compartida, entre la muchedumbre que roe y roe corazones y conciencias.

Ahora pienso en Daniela. Tumbado en el sofá sonrío su recuerdo a través de la foto que encontré el otro día, entre las páginas de un libro de poemas de Joan Brossa (siempre me hizo mucha gracia). Pienso en su felicidad y en lo mucho que la quiero y en lo necesario que era alejarme de ella para dejar que escalara su montaña. Sin rémora. Sin exceso de equipaje. Sin alguien que anhele más su soledad que a ella misma. No sé si algún día me perdonará.

Pienso en mi desdoblamiento con Max, en mi reflejo al otro lado del espejo, en su estúpida sonrisa, arrogante y altiva, en la momentánea necesidad de sentirme otro, mientras acepto al dueño de mi cuerpo. Pienso en fumarme el penúltimo cigarro, en abandonar el miedo que a veces me invade al sentirme feliz estando solo, en dormir de un tirón, en no soñar de una vez con nada ni con nadie. Pienso en que mañana, por fin,  debo empezar a ser yo.




viernes, 9 de marzo de 2012




Me voy a Madrizz. Me voy acompañado por Naúfragos. Por si acaso. Nunca se sabe dónde puede acabar uno.


Las palabras no dichas siempre se envenan... (Juan Alberto Mutante).

Crónica de un instante





La historia más breve jamás contada sucede ahora. Bueno (Ya). Tampoco ha sido gran cosa.