“Como los ángeles al salir el sol…”, cantaban al unísono cientos de adolescentes sudorosas, mientras dejaban al descubierto acné y horribles braquets.
Eran más de las doce, y allí me encontraba, ante un ejército de jóvenes lobas segregando hormonas a discreción, que abducidas por el ambiente, chillaban sin parar, embriagadas de cola Light e histeria colectiva.
Las canciones eran melodías deplorables con letras infames. Aquello era insufrible, pero había que trabajar. La cosa está muy mal.
Juré y perjuré tras los alaridos descompasados de “¡otra, otra!…” que me largaba en ese mismo instante del pabellón.
Toqué la última y me fui corriendo. Por la puerta de atrás.