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jueves, 29 de diciembre de 2011

Este es el tema...

El tema del día, mientras escribía, o lo intentaba, en una equilibrada disputa con The Go! Team, The Strokes o The Black Lips, ha sido este... The winners is... United,  de Pete and The Pirates:




Stand by my a la granaína (II)


El Morgui fue incapaz de pasar su enorme cabeza entre los barrotes. Si lo hubiese conseguido, su inmenso trasero lo hubiera dejado atrancado igualmente.


El Chino, en la actualidad, sigue manteniendo cierto atractivo, que aun alejado del que en su adolescencia le hizo ser el más precoz en todos los aspectos de la pandilla, le pone en primera linea de parrilla para las canis treintañeras, que a decir verdad, las sigue habiendo en el barrio, de un nivel de follables, para arriba. No obstante, sus heridas de guerra le delatan cuando te acercas. Su vientre no es precisamente plano, como entonces, es el que tiene más arrugas, sobre todo en la frente y entorno a los ojos. Su aliento a whiski nacional tira para atrás, ya de buena mañana, y para completar el curriculum, se ha casado y divorciado dos veces, cuenta con tres vástagos (Chino junior y las dos mellizas) y lleva en paro año y medio. Se había dedicado a poner suelos y había montado una empresa con un primo, que les había dado muy buenos dividendos, subcontratas y chanchullos, pero que con la crisis se había ido a la mierda, como la mayoría de las del barrio, que dependían de una u otra forma de la construcción. Ahora intenta mantenerse con el poco subsidio que tiene (habían cotizado y declarado cuarto y mitad de miseria) y con las reformas y chapuzas que hace cuando lo llaman. Continua siendo, a su escala, el mismo cabrón engañabobas, que ha sido toda su vida. Siempre mintiendo. Siempre poniendo cuernos. Siempre embaucándonos a los demás para terciar en sus fechorias. Un grandísimo hijo puta, dispuesto a timar a su padre, si hiciese falta. No me había fiado nunca de él, ni siquiera de pequeños. Sin embargo, me tenía mucho repeto. Mas que a nadie. No sabría decir bien porqué, pero precisamente eso fue lo que nos mantuvo unidos tanto tiempo.




-          Todos detrás de mí –susurraba el Chino- y sobre todo que no se oiga ni la respiración.. ¿lo has oído, gordo?

El Morgui asentía, con los churretres de sudor ya retestinados, mientras sentía como los colores se le subían por los mofletes, allá por donde más bailaban sus innumerables pecas. Pero el tío estaba de lo más concentrado que se le recordara. La tensión del momento,  la adrenalina recorriendo su orondo cuerpo y el temor a que el Lolo o el Chino lo aostiaran, proporcionaban las condiciones oportunas para que estuviera con todos los sentidos a flor de piel.



-          Entramos de uno en uno, y no salimos hasta que el de delante no esté escondido detrás de los abetos, ¿entendido?

-          ¿Y que hago con el barrote, Chino?

-          Coño, Morgui, te lo guardas y lo ponemos cuando salgamos, no preguntes gilipolleces… A ver, yo voy primero, tú segundo, el Lolo detrás y el gordo el último. ¡Vamos!

Tal y como dijo el Chino, fuimos entrando sin problemas, hasta que le llegó el turno al Morgui. El hueco no era suficiente para él. Los bocatas de chistorra y tocino, así como las barras de pan untadas en tomate frito, cuando se acababa la nocilla, le hacían un flaco favor (¡vaya contradicción!) en momentos como el que estamos contando. No era la primera vez. El Morgui se tuvo que conformar con quedarse fuera vigilando, por si venía alguien, o veía algo raro. El plan de huida del grupo estaba estandarizado. El protocolo lo teníamos muy claro. A un silbido del Morgui (era muy peculiar), saliamos en el mismo orden de entrada, parando igualmente en lo abetos, donde no podíamos ser vistos, para posteriormente abandonar la casa por el hueco del barrote, dejando el mismo en su sitio, para no dejar pistas. El lugar del barrote lo habíamos marcado en el suelo con canford negro y así no tendríamos nunca problemas para localizarlo la siguiente vez.

Allanar una casa nos parecía algo delictivo, pero también algo consumable sin demasiado riesgo. No haciamos nada sin medir los riesgos. Sin lugar a dudas éramos mucho más metódicos con catorce años que ahora.



(continuará)



Canciones con las que cerraría mi pub, empezaría a encender luces y echar a los últimos borrachos

Aprovechando que diferentes amiguetes y conocidos realizan en estas "entrañables" fechas complejos ejercicios, en forma de compilaciones y renovadas catarsis intelectualoides, me he permitido el lujo de emular a estos colegas, pero dándole a mis "elecciones" la sutileza autóctona de una mente influenciada por un delirio griposo. Algo diferente. O no.
Lo dicho. Así despediría a los borrachuzos de mi hipotético pub:



Bigott, siempre presente. "Adoro a las pijas de mi ciudad". Además, montaría una perfomance con mis camareras, bailando a la manera de él al final del video. Ganaría muchos adeptos para venirse conmigo al after.



Albert Plá no podía faltar a esta cita, con su versión del "Soy rebelde" de Jeantte. Indispensable cantar a viva voz la canción, borracho y desgallitado. Si sale bien, se puede invitar a la gente a un chupito suave. De absenta.



La tercera vía, para no ser repetitivo a la hora del cierre, sería la del "Me cago en el amor" de Tonino Carotone. Aquí se premiaría también al cliente mejor caracterizado, para tal magna pieza. Cuanto más drámatico mejor.