"Algo falla en el paisaje algo: quizá esta vida torpe irregular e irreverente". (Luna Miguel)
Hace treinta y un años, Mark David Chapman, un yanqui desequilibrado, le pegaba siete tiros a John Lennon a las puertas del Edificio Dakota, en el Central Park West neoyorquino. Justo enfrente, la zona del parque denominada Strawberry Fields... El loco de los cojones le había preparado un cruento homenaje. Prefirió eso, a descargar su arma en un McDonalds, como hace cualquier pirado covencional. Éste salió así de indie.
Como hoy sólo he leído un poco de poesía, poniéndole los cuernos a Tom Sharpe (¡vive! Veinte años después), para matar el tiempo, antes de que él me liquide a mí, el muy i-o puta, me he entretenido con un libro de fotografías de Lennon. Y le he pegado siete tiros al tiempo. Que se joda (otra vez le he derrotado). He pasado un buen rato y he vuelto a leer el poema de la chica Luna, y he corroborado el déficit del paisaje, y he sentido ausencias, y le he dado una patada al aire de mi cuarto. Y casi me caigo.
Me voy a beber cerveza. Hablaré un rato de mi reencuentro con Sharpe, de qué te ha parecido el libro de Olmos, quizá de Houellebecq o de Murakami... pero también de cuando voy a escribir la siguiente parte de Si bebes no la cagues, o De como huir del gafapastismo y de como encontrar cobijo en unas reconfortantes mamelllas(1)... ¿Paradójico? Yo diría que algo cachondo, en realidad. O no. Bueno, así son las soledades compartidas. Contradictorias.
(1) También Joaquín Reyes tiene derecho a un homenaje en mi casa.
Esta semana me he portado francamente mal con el blog. Me puedo escudar en diversas y variadas justificaciones, como que he empezado a estudiar (un poquito), el trabajo, que he estado ocupado preparando unos cursos... y bla,bla,blá.... Pero no quiero engañarme. No he escrito por flojera (o quizás porque no lo necesitaba). Así de claro. Esto es como el chiste de "lo ves... como si quieres puedes…", cuando tenemos ganas y sacamos a relucir nuestras querencias y pasiones, ya podemos estar medio muertos, que somos capaces de cualquier cosa.
Esta semana tiene un motivo, una razón, algo prosaica, para empezar con buen rollo. El miércoles es fiesta. Un lunes, revestido de jueves, ya no es un lunes, lunes; así que ya es un buen motivo para estar más contento. Pero quizás estoy haciendo trampas, así que acudiré al espíritu de este apartado, y aportaré algo más "de verdad".
Este fin de semana ha sido genial; lleno de sensaciones especiales. Ha tenido de todo un poco. Reconozco que se me han saltado las lágrimas un par de veces, con sensaciones y sentimientos encontrados (nunca mejor dicho), porque no todo van a ser risas en nuestra historieta vital, ¿no? Vivir emociones fuertes, aunque cuesten alguna irritación de iris y de alma, me reconforta a posteriori. He sabido escuchar. He abierto la ventana de los recuerdos y ha entrado como una bocanada de aire otoñal, con motas de polvo del camino y las primeras hojas secas, una casi olvidada, pero siempre reconocible, melancolía. La diva del recuerdo y la belleza.
Todo ello, aderezado de momentos francos de amistad, risas a raudales, brindis a la luna y alguna que otra locura necesaria. Y también de música. El sábado, con Javivi, Pepe "Cieza", unas cuantas Alhambras y la resaca del día anterior, disfruté de un buen concierto. Napoleón Solo en el Planta, haciendo gala de lo que ya intuía; pueden ser los sucesores de los Lori Meyers (sin querer quitar del mapa a los lojeños), e incluso mejorarlos, ya que la diversidad de registros de estos chavales y su buen sonido, así lo pronostican.
Así que está es mi aportación al lunes. Una razón más. Lo vivido, lo sentido, lo recordado. Lo que te hace más fuerte y más débil al mismo tiempo, pero un poquito mejor, aunque te puedas sentir momentáneamente peor. La melancolía es un regalo, en realidad. Te hace recordar lo afortunado que has sido. Entra por la ventana de los deseos y te susurra al oído un momento de felicidad.
Aquí dejo un gran tema de estos niños granaínos que nos hicieron disfrutar el sábado. Una canción recién bailada. Un motivo. Un cacho de meláncolía. ¡Qué viva otro lunes!
Algunos lloran, otros chillan y corretean sin parar, y los menos, quedan petrificados, como ensimismados con una instantánea llena de charcos, piedras y barro. Mucho barro.
Hay una solitaria que lanza hojas secas al viento y sonríe placidamente, cuando alguna se posa sobre sus cabellos.
Mas allá, también hay una fila algo caótica, en torno a una fuente de piedra blanca, y el niño pelirrojo ha salpicado a todo el que tenía a su alrededor. Como todos los días.
Suena la sirena de fondo, desaparecen los niños del patio, y ya siento ese dichoso vacío por dentro. Desde mi balcón.