Hasta que decidimos volver a colgarla en la pared pasaron meses…
Nunca me gustó la taxidermia, pero le vi tan feliz con su pieza, que fui incapaz de negarle aquel capricho.
Dejamos un hueco libre, tras muchas discusiones, pero una vez que el busto presidió el comedor, de golpe fui consciente de la aberración. Me enfadé tanto, que arranqué la cabeza de cuajo y estuve sin hablarle varios días.
Con el tiempo, me di cuenta de que no podía vivir sin él, así que le ayudé otra vez con la dichosa cabeza de aquella modelo inglesa y nos besamos sin pensar en lo que hay que hacer por amor…
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miércoles, 28 de abril de 2010
Don Dativo
¡Imbéciles! … Así empezaba la liturgia de cada martes y jueves, a las 8:30 en punto, durante todo el curso.
Cuando Don Dativo gritaba con ahínco su insulto favorito, temblaban los tabiques del aula con más densidad de población del “García Lorca”. La gramática entre efebos de apenas trece años era muy dada al escarnio público, y así sucedía, que todos en clase miraban acongojados al suelo, y no se atrevían ni a respirar… Todos menos yo.
Me encantaba ver su pose canalla, con mueca socarrona, y cómo me echaba siempre un guiño cómplice. Desde arriba.
Cuando Don Dativo gritaba con ahínco su insulto favorito, temblaban los tabiques del aula con más densidad de población del “García Lorca”. La gramática entre efebos de apenas trece años era muy dada al escarnio público, y así sucedía, que todos en clase miraban acongojados al suelo, y no se atrevían ni a respirar… Todos menos yo.
Me encantaba ver su pose canalla, con mueca socarrona, y cómo me echaba siempre un guiño cómplice. Desde arriba.
Microesfera
Prisionero de mi esfera, me preparo, como todos los días laborales del año, desde hace veintinueve casi, a entrar de nuevo, en este infierno enladrillado.
Abúlico y sin ninguna motivación, como el niño obligado a “misa de once”, me resigno al devenir de los minutos, las horas y al de los sueños que algún día tuve, y ahora apenas recuerdo.
Sin propósito de enmienda, miro fijamente la puerta; este número “23” que llevo insertado en el alma con desidia.
Respiro hondo.
Me lo pienso un rato. Como cada día.
Y por fin, entro en casa.
Abúlico y sin ninguna motivación, como el niño obligado a “misa de once”, me resigno al devenir de los minutos, las horas y al de los sueños que algún día tuve, y ahora apenas recuerdo.
Sin propósito de enmienda, miro fijamente la puerta; este número “23” que llevo insertado en el alma con desidia.
Respiro hondo.
Me lo pienso un rato. Como cada día.
Y por fin, entro en casa.
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